Iñaki Sagredo Garde ha recopilado la información documental, y sobre todo de campo, de los castillos levantados por los navarros para la defensa de su sociedad y Estado propio. Los que hoy son monumentos de nuestro patrimonio eran edificaciones que pertenecían al Reino, se construían con cargo a la hacienda pública y no fueron propiedad privada de señores civiles o eclesiásticos. En el caso de los cercos y murallas de poblaciones, eran los vecinos, hombres y mujeres, quienes las edificaban y mantenían, por lo que se consideraban bienes colectivos para la protección de la comunidad local respectiva.
Todos ellos fueron derribados, e inutilizados sistemáticamente, por los conquistadores en el siglo XVI, por ello sólo nos quedan en pie algunos ejemplos, como los de la Sonsierra conquistada en 1460, con anterioridad a la invasión de 1512, allí podemos contemplar hoy los potentes recintos de Labraza, Laguardia o San Vicente.
Estas construcciones defensivas poseen una característica de capital importancia: señalan la territorialidad y configuran el espacio social de este País. Precisamente esta sociedad, como ninguna otra en Europa, tiene sus referencias en el propio territorio. Las siluetas de los murus, gazteluzarras y oppidum, que también marcan el paisaje, provienen de épocas anteriores a las fortalezas tratadas en este valioso trabajo de Iñaki Sagredo.
La territorialidad navarra, al sur del Pirineo, descansa sobre toda la cabecera del Valle del Ebro: la “Castilla” del Ebro, la Navarra marítima, la Rioja, Navarra reducida y el Alto Aragón; y al Norte de los Pirineos en el territorio abarcado por estos y el río Garona: Vasconia, Vasconia aquitánica o Gascuña. Así el castillo navarro de Malmacin (Malvecin), que protegía Bilbao hasta 1175, arrebatado por los castellanos al tenente Pedro Velaz, domina la confluencia del Nervión y el Ibaizabal, entre Arrigorriaga y Basauri, del cual todavía permanece el testimonio de sus piedras. Al igual que otros muchos como Grañón en La Rioja, Roita hoy provincia de Zaragoza, Rodilla hoy de Burgos y Lorda en la Bigorra.
El escudo navarro blosonó las entradas de las fortalezas levantadas por Navarra y la bandera roja con barras doradas cruzadas es la que presidió los castillos alzados para defender la independencia de Navarra. Bajo esta bandera y su escudo dieron la vida infinidad de navarros luchando por la libertad.
En 1512 la pluma del propio enemigo Correa, cronista del Duque de Alba. y testigo presencial de la conquista por Fernando el Católico, es la que nos describe como los navarros marchaban tras su bandera: “en la delantera trescientos hombres de armas a pie con una bandera colorada con ciertas bandas de oro en ella a la cual todos aguardaban y juraron de no la desamparar”, clamaban ¡Navarra! ante las posiciones castellanas en la batalla por Pamplona de finales de noviembre de 1512, “dejando en la cava las primeras dos banderas, sus posesores abrazados con ellas muertos, y hasta cien compañeros, que por no desampararlas perdieron las vidas”.
Esta bandera había encabezado poco antes la victoria de Mongelos donde los navarros dejaron a 250 castellanos tendidos en el campo de batalla. Se convirtió en la auténtica mortaja de 5000 defensores de la libertad de los navarros en la batalla de Noain en 1521. Ondeó en Amaiur en 1522 y en Hondarribia en 1524. Perseguida y negada a partir de la ocupación, hasta tal punto que en las puertas de las murallas levantadas para subyugar a la ciudad de Pamplona no pusieran el escudo de Navarra, sino el llamado de España, formado sólo por los escudos de Castilla y León, que todavía continua.
El citado símbolo propio lo utilizaron internamente las subordinadas instituciones navarras de 1512 a 1841 (Cortes, Diputación, Consejo y los Tribunales), pues al igual que se derribaron los castillos, murallas y cercos, también cayeron los escudos y banderas de Navarra, siendo un símbolo negado por los conquistadores durante muchísimos años.
Fue en 1911 cuando a iniciativa de la Diputación, los miembros de la Comisión de Monumentos -Oloriz, Altadill y Campión- informaron oficialmente cual era la bandera de Navarra que fue inmediatamente exhibida en el balcón del Palacio de la Diputación, con gran júbilo de bastantes pamploneses congregados ante la noticia, pero que tuvieron poco tiempo para celebrarlo pues la retiraron ante la actitud del Gobernador español.
Al igual que en países como Escocia, Cataluña o Portugal, donde las respectivas banderas coronan los castillos que jalonan sus paisajes, llegará el día en que la bandera de todos los navarros vuelva a ondear, extendiéndose por los altos de Navarra, recuperando su función de testigos territoriales como prueba simbólica de la realidad de una sociedad viva y soberana.
Tomás Urzainqui Mina