Navarra Estado europeo

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Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.

Juan José Larrea, en tu artículo publicado en Hika nº 165 sobre “La Navarra marítima”, comienzas con la inadecuada metáfora de “un divorcio”, cuando lo que pretendes señalar es, con tus propias palabras, el “éxito que han tenido y que tienen estos libros entre los lectores” pero por otro lado, también según tú, está  la influencia amarga de dicha fama que a ti y a algún otro os causan.

Te ves obligado a reconocer el éxito que el citado libro está teniendo, cuando antes ya has dividido el mundo entre los  tuyos, por ser “profesionales”, “universitarios”, “científicos” y además “afectos al régimen” del Estado gran-nacional y  los otros, los “desafectos” de la nación dominada, los que según tú están fuera,  son la nada.

Es completamente falsa la premisa sobre la que sustentas tu queja, una fantástica e irreal academia de historiadores de la UPV, que das a entender como mayoritaria, monolítica y hegemónica. Nada más alejado de la realidad, pues en el conjunto de las universidades y demás centros docentes y de investigación tu opinión no goza de general asentimiento ni tan siquiera del conocimiento que insinúas.

Te reiteras en continuas apelaciones a tu profesionalidad, condición de funcionario del Estado, académico, científico, hasta llegas a comparar tu trabajo con los químicos, los físicos, la termodinámica,  etc., cuando, señor mío, las humanidades son otra cosa. Para investigar sobre los hechos humanos, como en otros campos, hay que ser humilde, respetuoso, abierto, veraz, no dogmático…

Esta monserga, aunque en tu artículo te lo calles, ya te la habíamos oído en ocasiones anteriores. La última en la jornada sobre “Euskal Herria en el siglo XI, reinado de Sancho III el Mayor de Pamplona 1004-1035” celebrada en Gasteiz el 3 de abril de 2004. De donde saliste diciendo que ibas a escribir contestando a esta supuesta amenaza; mucho lo has rumiado, pues ha pasado un año, pero el producto de verdad no vale tal esfuerzo. Has malgastado cuartillas, cuando el fondo del debate es menos críptico y está mucho más claro de lo que dices.

A lo largo de aquella jornada de Gasteiz se fue ofreciendo, tanto en las intervenciones que hubo en los debates que cerraban cada ponencia, como en los corros de los pasillos y sobre todo en la mesa redonda final sobre la historiografía, un tema clave: la existencia o no de una historiografía nacional de los vascos. Esa fue la cuestión subyacente durante la jornada y piedra de escándalo para algunos como tú.

Aquí, como pudiste comprobar, hay muchos historiadores que entienden y reconocen la existencia de una historiografía propia. Para Luhman está claro: “todo lo que es tiene una historia que dura lo que dura su ser, pues aquella asegura de antemano el enlace entre los diversos componentes sociales, mediante la apelación a un sujeto que otorga unidad al proceso histórico, es decir, al tiempo mismo de una sociedad entendida con mayúsculas”.

Autores del máximo prestigio en el campo de la historia y de la cultura en Europa como Jacques Heers (Le Moyen Age, une imposture 1992) o Paul Ricoeur (Le memoire, l´histoire, l´oubli 2000), han tratado sobre el lastimoso papel de quienes como Juan José Larrea se dejan llevar por “las ínfulas cientifistas de la historiografia”, que a la postre se dirigen a apuntalar el modelo de Estado “gran nacional” como la culminación del progreso.

El concepto de divorcio también es utilizado en el sentido de que antes de la publicación de “La Navarra Marítima”, según el parecer del Sr. Larrea, el público en general estaba de acuerdo en cual era la historiografía correcta. Pero ocultas que al menos desde Arnald Oihenart y José Moret Mendi a comienzos del siglo XVII, existe en este País una historiografía propia, que las gentes de aquí consideran como la suya, en contraposición a la ajena que es la española de Isidoro, Mariana, Eduardo Hinojosa, Menéndez Pidal, Pérez Urbel, S. Albornoz, Martín Duque, etc.

Tú obvias que desde Oihenart y Moret, siguiendo con Campión, Ortueta, Lacarra, Ubieto Arteta, Huici Goñi, Goñi Gaztambide, Narbaitz, Jimeno Jurio, etc., existe el debate entre las historiografía navarra y las historiografias  que niegan su existencia, española y francesa.

Tu artículo es muy decepcionante, especialmente porque no rebates ni una sola de las tesis de los libros que denuestas, pues según tu actitud es lo que verdaderamente tendría que motivarte. Pero no, tú prefieres quedarte en la superficie.

Los por ti divorciados nos sentimos cómodos y modestamente continuadores de esta secular historiografía de aquí. Infinitamente más fiel a la historia -como se comprueba continuamente con las investigaciones realizadas- que la historiografía española que, por cierto, no cuestionas con tanto ahínco.

Pretende el Sr. Larrea sentar que ha sido el éxito editorial del libro “La Navarra marítima” y otros que le han seguido, el motivo de su desagrado y no que en los mismos se rebate con acierto las imposturas y tergiversaciones de la historiografía española con respecto a Navarra o Vasconia, que es lo mismo. Tan es así que en tu largo escrito no reflejas ni una sola vez ese aspecto fundamental de la nueva bibliografía que tanto te encrespa. Los que tenemos veinte años más que tú, vivimos personalmente aquella búsqueda de la verdad, aunque sea antigua, que no encontrábamos en la historiografía española, por lo que tuvimos que echar mano de libros escondidos y de editoriales perseguidas. Así fue y, por lo visto algunos pretenden que así debe continuar.

Miente el Sr. Larrea cuando dice que no he citado ni una sola vez a Lacarra en La Navarra marítima, como lo prueban las siguientes páginas del citado libro: 67, 95, 106 y 329 con diez referencias bibliográficas. Al igual que cité a J.J. Larrea una vez que publicó su tesis doctoral. En contra de lo que dices, Lacarra estuvo marcado y bajo sospecha para el franquismo, por ser discípulo de Campión y organizador del primer Congreso de Historia Medieval que iba a celebrar E.I.-SEV en Estella, en septiembre de 1936. José Mª Lacarra conoció en sus carnes lo que él llamó el peso inamovible de la historiografía nacional, difícil de rectificar aunque las evidencias la contradigan, refiriéndose a la española. Julio Caro Baroja tampoco es lo que dice Larrea de este autor sobre la época tardo antigua. Baroja es un erudito pero no un historiador como Agustín Azcarate o Koldo Larrañaga.

Hablas, pero no concretas, de una “historia científica o académica”, “no como sinónimo del pasado”, “qué es, y sobre todo, qué no es”. Nos achacas que denunciamos la tergiversación de la información histórica, como si esto no ocurriera y ocultas los múltiples ejemplos de manipulación que señalamos.