Una o dos espadas
El episodio de las dos espadas reflejado en el escudo de Aoiz, precaria paz firmada entre agramonteses y beaumonteses el 17 de septiembre de 1.479, y que se acaba de conmemorar, nos da la base para reflexionar sobre estas armas simbólicas en relación con la historia universal y la de Navarra en concreto.
Tras setecientos años de “protectorado” romano (siglos -II antes de Cristo a V) Vasconia tiene una sola espada frente a los bárbaros germanos y consigue no ser dominada por dos de estos pueblos, que se yerguen con la hegemonía tanto al norte como al sur, los francos y los visigodos. Esa misma espada continúa en el Reino de Pamplona y luego en el Reino de Navarra.
A partir del siglo XI comienzan a surgir espadas, feudales, diferentes a la del Rey de Pamplona, que pretenden compartir el poder y el Estado. Lo que favorece desde el siglo XII las conquistas sucesivas por los Estados vecinos -Castilla, Barcelona, Inglaterra y Francia- sobre partes del territorio navarro.
Cuando en el cuerpo político hay más de una espada, nos hallamos ante un claro ejemplo de descomposición social y política. Este era el caso de agramonteses y beaumonteses en el siglo XV y consecuentemente del Estado navarro, entonces con dos reyes, dos administraciones y dos ejércitos. La espada de Juan de Labrit y Catalina de Foix, termina la división en 1507 con la expulsión y derrota total del Conde de Lerín.
Ni aún el símil de las dos espadas, la espiritual y la temporal, tan caro a los canonistas eclesiásticos en la Europa medieval, pudo sobrevivir al empuje imparable de los nuevos Estados europeos desde el siglo XII. Al fin Thomas Hobbes dejó bien claro en su “Leviathán” que no podía haber más espada que la del Estado.
Mucho menos predicamento que la mencionada, de ascendencia eclesiástica, ha tenido la división feudal del poder político, que fue arrumbada tanto por los demócratas monarcómacos como por las monarquías absolutas desde el siglo XVI.
Los acontecimientos ocurridos durante la guerra de 1.833-1.839 en el seno de los dos ejércitos enfrentados, liberal y carlista, son otro ejemplo trágico de desgraciada actualidad. Así los asesinatos mediante fusilamiento cometidos por los generales Espartero y Maroto contra oficiales navarros, que fueron desde los de alta a los de baja graduación de sus respectivos ejércitos, y entre otros del Coronel León Iriarte y del Teniente Coronel Felipe Urra, acusado el primero de sublevarse para recuperar la independencia de Navarra y el segundo de alzarse a los gritos de “mueran los hojalateros, abajo los castellanos”, dan una muestra más de las nefastas consecuencias que tiene la falta de una sola espada en la nación.
Ambos hechos son de un paralelismo aleccionador, revelan actitud semejante y encuentran su explicación en el sentimiento común por encima de las ideologías de estar dominados por otra nación, que el contemporáneo Agustín Chao proclama en su “Viaje a Navarra”. Convicción que debía unir a los navarros, aún a los fratricidamente enfrentados, ante un mismo enemigo, que tras envolver al país en sus luchas, busca la muerte del conjunto de la nación dominada.
Hoy, y desde hace escasamente veinte años, nos hallamos ante la infernal dicotomía de vascos o navarros, auténtico ejemplo de fútil divergencia. De la categoría de lusitano o portugués, galo o francés, germano o alemán, helvético o suizo. Los servidores de las dos espadas, españolas o francesas, buscan diferencias donde no las hay, que llevan a afirmaciones hechas de espaldas al conocimiento y a la racionalidad, pretendiendo únicamente divisiones minorizadas del tenor de “sólo eres vasco, no navarro” o “sólo eres navarro, no vasco”.
Lo que es del todo imposible pues por precisión, coherencia y congruencia conceptual, histórica, jurídica y cultural, no se puede ser vasco sin ser navarro, ni ser navarro sin ser vasco. En la Navarra entera y europea solo puede haber una espada, la del Estado navarro.
Tomás Urzainqui Mina